SOMOS CIUDADANAS NOCTURNAS

MIEDO A LA NOCHE

Desde pequeña me enseñaron a temerle a la noche. La noche era ese momento del día en el que me debía resguardar y encontrar un lugar seguro en el cual protegerme. ¿Protegerme de qué? Aún no lo sabía. Protegerme de la noche era uno de esos conceptos abstractos que los adultos nombran, pero no describen. Así pasé mis noches de infancia en lugares privados, contenidos. Comenzó siendo mi casa, luego la casa de mis tíos; siempre con familia, nunca con extraños. 

Con los años la sociedad también se ocupó de reforzarme esta idea, durante la noche las mujeres estamos muy expuestas somos muy vulnerables y de acuerdo con esa misma sociedad, nosotras debemos evitar salir de noche solas. Esos fueron los supuestos con los que crecí. Así que durante mi juventud siempre elegí disfrutar las noches en cafés, restaurantes y al final en sitios de rumba con amigos. Siempre con gente conocida, nunca sola y menos en el espacio público.

Durante la noche las mujeres estamos muy expuestas somos muy vulnerables  y de acuerdo con esa misma sociedad, nosotras debemos evitar salir de noche solas.

Para mí, disfrutar de la noche en un espacio público se limitaba a momentos especiales de celebración, como juegos pirotécnicos o recorridos en diciembre viendo cómo rincones de la ciudad se transformaban en escenarios iluminados, como sacados de una postal. Pero igual en esos momentos, siempre estábamos pendiente de las “cosas malas que pueden ocurrir en la noche”. ¿Disfrutaba de estos momentos especiales? Claro que sí, pero siempre de una forma contenida, con un ritmo acelerado porque como solía decir mi familia “no era bueno estar tanto tiempo afuera durante la noche”.

Con el tiempo, esa noche urbana que me causaba curiosidad de niña y la cual espiaba desde las ventanas de mi casa, dejó de interesarme. Asumí que todo este miedo transmitido era real y que la noche en la ciudad sólo pertenecía a los bares, cafés, restaurantes y teatros. Y en realidad con eso me bastaba, igual no me estaba perdiendo de nada. Quería ser una buena niña, portarme bien y evitar esas situaciones complicadas que podrían lastimarme.

RE-ENCONTRANDO MI CURIOSIDAD POR LA NOCHE

Luego de unos años de universidad y en esos momentos de incertidumbre por el presente y el futuro, decidí hacer un cambio en mi rutina. Emprendí un viaje hacia otro país, sin considerar siquiera que nunca había vivido sola y mucho menos en otra ciudad que no fuera en la que nací. Mi visión fue bastante ingenua, pero al final gracias a esa ingenuidad emprendí mi primer viaje sola. 

En medio de todos los cambios que esa decisión trajo a mi día a día, el mayor cambio llegó en la noche. Sí, esa a la que tanto le temía. En mis largas caminatas sola, me perdí incontables veces por dejar de ver el mapa con las direcciones correctas y la ruta previamente elegida. Me dejé llevar por mi instinto y recorrí muchas calles sólo atraída por los colores de las fachadas, esas tiendas de artesanías locales o esos pequeños cafés y pastelerías que enamoran con los colores de su comida. ¿Quién no se ha dejado llevar por ese espíritu de turista al encontrar lugares tan ajenos, pero tan curiosos?

Entre todas esas veces que me perdí en la ciudad y en el tiempo, cuando llegaba la noche se despertaba mi instinto alerta para buscar un lugar seguro y me apresuraba a encontrar la estación del metro o parada del bus más cercana. Pero en esos recorridos comencé a ver cómo algunas personas disfrutaban ese momento de cambio, cuando comienza el atardecer y de pronto parecían caminar más despacio, con calma, algo en su rostro y su rutina cambiaba.

Cuando volví a sentir esa curiosidad por la noche que hace años había dejado de lado, comencé a notar cómo los más viejos se sentaban en las bancas del parque a contar esas historias de vidas pasadas con sonrisas pícaras como chiquillos. Esos parques entre luz tenue y sombras, era el escenario ideal para contar aquellas picardías. También, aquellos que salían del trabajo se sentaban en las terrazas a tomar un café para evitar el tumulto de la hora pico en el transporte público y darse una pausa luego de un día acelerado. En ese momento, yo estaba descubriendo que la noche estaba lejos de ser ese lugar aterrador que me dijeron que era.

LA MAGIA DE COMPARTIR LA NOCHE CON EXTRAÑOS

Y así poco a poco, me fui dando la libertad de perderme con más frecuencia en la ciudad, de quedarme hasta un poco más tarde en los parques y de sentarme en esas terrazas a ver cómo la gente disfrutaba de este espacio al que yo solía temerle. En ese momento me sentí a salvo estando lejos de casa, nadie podía juzgarme. En ese lugar las mujeres eran más libres y tan independientes. Yo admiraba esa confianza, esa misma que nunca había sentido en toda mi vida.

En esas noches como espectadora, encontré la magia de ver personajes muy diestros, mientras hacían alarde de su destreza al hacer malabares con fuego. Veía cómo la cara de los espectadores más cercanos se iluminaba con la luz que emitían estos artefactos de fuego, mientras los más alejados desaparecían en las sombras y sólo se hacían presentes cuando se escuchaban sus aplausos de admiración. Así descubrí que la noche también se disfruta con extraños, con historias urbanas compartidas.

No sólo los parques cambiaban, también lo hacía el resto de la ciudad. Los edificios históricos y los más emblemáticos se iluminaban delicadamente y los demás iban desapareciendo en las sombras. Era como si alguien hubiera decidido qué me era permitido ver y qué no. La ciudad era otra, pero no esa tenebrosa que imaginaba. Era sólo otra cara de ella misma, un poco más serena, un poco más pausada. Entre la luz y la sombra, la ciudad lograba resaltar sólo aquello que quería mostrar y ocultaba aquello que sólo le dejaba ver al día.

Luego de esa experiencia, comencé a sentir más confianza de viajar y estar sola en la ciudad. No sé cómo montar bicicleta, o manejar un carro, pero descubrí que puedo caminar las calles de las ciudades a mi propio ritmo y hacer mi propio camino. Así como lo hice, todos deberíamos permitirnos tener la libertad de explorar nuestras ciudades y encontrar nuestro lugar en la noche.

De esta historia como muchas otras, nace Nighttime traveller. Esta es una iniciativa que nos invita a explorar la noche urbana con otros ojos, a alejarnos de los prejuicios que nos llevan a evitar los espacios públicos durante la noche y en definitiva, a cambiar la percepción de inseguridad que nos hace caminar más rápido, estar a la defensiva y dirigir nuestra mirada al suelo mientras caminamos bajo la noche. Nighttime Traveller nos invita a habitar la noche, a transformar los espacios urbanos que recorremos cotidianamente y darles un nuevo significado.

No sé cómo montar bicicleta, o manejar un carro, pero descubrí que puedo caminar las calles de las ciudades a mi propio ritmo y hacer mi propio camino.

Finalmente, con esta primera historia los invito a despertar su curiosidad por los nuevos usos que le podemos dar al espacio público. Espero poder inspirarlos a través de las fotos e historias que les seguiré compartiendo sobre diferentes espacios urbanos durante la noche. Lugares en los que ciudadanas como nosotras experimentan la ciudad a través de ojos de turistas, esa mirada curiosa que olvidamos con la rutina. Y así, traigamos a la vida estos lugares que en la noche evitamos y comencemos a habitar la noche.

 Viajera nocturna

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WE ARE ALL NIGHT CITIZENS OF THE WORLD

FEAR OF NIGHT-TIME

Since I was a little girl, I was taught to fear night. It was that moment of the day when I had to take shelter and find a safe place in which to protect myself. Protect me from what? I still didn’t know. Protecting myself from the night was one of those abstract concepts that adults name but don’t describe. So I spent my childhood nights in private, contained places. It started out at my house, then my relatives’ houses; always with family, never with strangers.

Over the years, society also reinforced that idea to me that, during night-time, girls and women are too exposed and too vulnerable, and according to society, we must avoid getting out at night alone. Those were the statements I grew up with. So, during my youth I always chose to enjoy the nights in cafes, restaurants and finally at clubs with friends. Always with people I knew, never alone and definitely not in a public space.

During night-time, girls and women are too exposed too vulnerable, and according to society, we must avoid getting out at night alone.

For me, enjoying the night in a public space was limited to special moments of celebration, such as fireworks or tours in December seeing how some corners of the city were transformed into illuminated settings, like something out of a postcard. But even in those moments, we were always aware of “the bad things that can happen at night.” Did I enjoy those special moments? Sure, but always in a contained way, with a fast pace because as my relatives used to say “be out so much time at night, it was not good”.

Over time, the temptation of the night that used to intrigue me as a child and which I was spying on from my house windows, ceased to interest me. I assumed that all this transmitted fear was real and that the idea of a night out in the city only belonged to the bars, cafes, restaurants and theaters. And actually that was enough for me, maybe I wasn’t missing anything. I wanted to be a good girl, behave myself and avoid those tricky situations from getting hurt.

RE-FINDING MY CURIOSITY FOR THE NIGHT

After a few years of university and in those moments of uncertainty about the present and the future, I decided to make a change in my routine. I undertook a trip to another country, without even considering that I had never lived alone, much less in another city that was not the one where I was born. My vision was quite naive, but in the end, thanks to that naivety, I started my first trip alone.

In the midst of all the changes that decision brought to my daily routine, the biggest change came at night. Yes, the one I was so afraid of. On my long walks alone, I got lost countless times for not seeing the map with the correct directions and the previously chosen route. I got carried away by my instincts and walked many streets only attracted by the colors of the facades, those local craft shops or those small cafes and pastry shops where you fall in love with the colors of their food. Who has not been carried away by that tourist spirit when finding places so strange, but so curious?

Among all those times that I got lost in the city and in time, when night came my alert instinct to look for a safe place was awakened and I hurried to find the nearest subway station or bus stop. But in those journeys, I began to see how some people enjoyed that moment of change when the sunset began and suddenly they seemed to walk more slowly, calmly, something in their face and their routine changed.

When I returned to feel that curiosity at night that I had put aside years ago, I began to notice how the older people sat on the park benches to tell those past life stories with mischievous smiles like children. Those parks between dim light and shadows, was the ideal setting to tell those mischief. Also, those who were leaving work sat on the terraces to have a coffee to avoid the tumult of rush hour in public transport and to take a break after a busy day. At that moment, I was finding by myself that night was far from being that scary place I was told.

THE MAGIC OF SHARING THE NIGHT WITH STRANGERS

And so little by little, I gave myself the freedom to lose myself more often in the city, to stay until a little later in the parks and to sit on those terraces to see how people enjoyed this space that I used to fear. At that moment I felt safe being away from home, nobody could judge me. In that place, girls and women were freer, so independent. I admired that confidence, that one that I had never felt before in my whole life.

On those nights as a spectator, I found the magic of seeing highly skilled characters, while flaunting their skills to juggle fire. I saw how the faces of the closest spectators lit up with the light emitted by those fire props, while those farther away disappeared into the shadows and only appeared when their applause of admiration was heard. This is how I discovered that the night is also enjoyed with strangers, with shared urban stories.

Not only did the parks change, so did the rest of the city. Historic buildings and the most emblematic ones were delicately illuminated and the others were disappearing into the shadows. It was as if someone had decided what I was allowed to see and what not. The city was different, but not the scary one that I imagined. It was just another side of itself, a little more serene, a little more leisurely. Between the light and the shadow, the city managed to highlight only what it wanted to show and hide what it only allowed us to see during the daytime.

After that experience, I started feeling more confident about travelling and being alone in the city. I do not know how to ride a bike or to drive a car, but I realized that I can walk the cities streets at my own pace and make my own road. So as I did, we should allow ourselves to have the freedom to explore our cities and find our space in the night. 

From this story like many others, Nighttime Traveller was born. This is an initiative that invites us to explore the urban night with different eyes, to get away from the prejudices that lead us avoiding public spaces at night and ultimately, to change the perception of insecurity that makes us walk faster, be defensive and direct our gaze to the ground as we walk through the night. Nighttime Traveller invites us to inhabit the night, to transform the urban spaces that we travel daily and give them a new meaning.

I do not know how to ride a bike or to drive a car, but I realized that I can walk the cities streets at my own pace and make my own road.

Finally, with this first story, I invite you to awaken your curiosity about the new uses that we can give to public space. I hope you get inspired by photos and stories that I will continue sharing about different urban spaces at night. Places in which citizens like us experience the city through tourists eyes, that curious look that we forget with routine. And so, let’s bring to life these places that we avoid at night and begin to experience the night.

Night-time traveller

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