Entry 001-V2
Cristina Gil Venegas

Cristina Gil Venegas

A night-time traveller

SOMOS CIUDADANAS NOCTURNAS

Desde pequeña me enseñaron a temerle a la noche. La noche era ese momento del día en el que me debía resguardar y encontrar un lugar seguro en el cual protegerme. ¿Protegerme de qué? Aún no lo sabía.

MIEDO A LA NOCHE

Desde pequeña me enseñaron a temerle a la noche. La noche era ese momento del día en el que me debía resguardar y encontrar un lugar seguro en el cual protegerme. ¿Protegerme de qué? Aún no lo sabía. Protegerme de la noche era uno de esos conceptos abstractos que los adultos nombran, pero no describen. Así pasé mis noches de infancia en lugares privados, contenidos. Comenzó siendo mi casa, luego la casa de mis tíos; siempre con familia, nunca con extraños. 

Con los años la sociedad también se ocupó de reforzarme esta idea, durante la noche las mujeres estamos muy expuestas somos muy vulnerables y de acuerdo con esa misma sociedad, nosotras debemos evitar salir de noche solas. Esos fueron los supuestos con los que crecí. Así que durante mi juventud siempre elegí disfrutar las noches en cafés, restaurantes y al final en sitios de rumba con amigos. Siempre con gente conocida, nunca sola y menos en el espacio público.

Durante la noche las mujeres estamos muy expuestas somos muy vulnerables  y de acuerdo con esa misma sociedad, nosotras debemos evitar salir de noche solas.

Para mí, disfrutar de la noche en un espacio público se limitaba a momentos especiales de celebración, como juegos pirotécnicos o recorridos en diciembre viendo cómo rincones de la ciudad se transformaban en escenarios iluminados, como sacados de una postal. Pero igual en esos momentos, siempre estábamos pendiente de las “cosas malas que pueden ocurrir en la noche”. ¿Disfrutaba de estos momentos especiales? Claro que sí, pero siempre de una forma contenida, con un ritmo acelerado porque como solía decir mi familia “no era bueno estar tanto tiempo afuera durante la noche”.

Con el tiempo, esa noche urbana que me causaba curiosidad de niña y la cual espiaba desde las ventanas de mi casa, dejó de interesarme. Asumí que todo este miedo transmitido era real y que la noche en la ciudad sólo pertenecía a los bares, cafés, restaurantes y teatros. Y en realidad con eso me bastaba, igual no me estaba perdiendo de nada. Quería ser una buena niña, portarme bien y evitar esas situaciones complicadas que podrían lastimarme.

RE-ENCONTRANDO MI CURIOSIDAD POR LA NOCHE

Luego de unos años de universidad y en esos momentos de incertidumbre por el presente y el futuro, decidí hacer un cambio en mi rutina. Emprendí un viaje hacia otro país, sin considerar siquiera que nunca había vivido sola y mucho menos en otra ciudad que no fuera en la que nací. Mi visión fue bastante ingenua, pero al final gracias a esa ingenuidad emprendí mi primer viaje sola. 

En medio de todos los cambios que esa decisión trajo a mi día a día, el mayor cambio llegó en la noche. Sí, esa a la que tanto le temía. En mis largas caminatas sola, me perdí incontables veces por dejar de ver el mapa con las direcciones correctas y la ruta previamente elegida. Me dejé llevar por mi instinto y recorrí muchas calles sólo atraída por los colores de las fachadas, esas tiendas de artesanías locales o esos pequeños cafés y pastelerías que enamoran con los colores de su comida. ¿Quién no se ha dejado llevar por ese espíritu de turista al encontrar lugares tan ajenos, pero tan curiosos?

Entre todas esas veces que me perdí en la ciudad y en el tiempo, cuando llegaba la noche se despertaba mi instinto alerta para buscar un lugar seguro y me apresuraba a encontrar la estación del metro o parada del bus más cercana. Pero en esos recorridos comencé a ver cómo algunas personas disfrutaban ese momento de cambio, cuando comienza el atardecer y de pronto parecían caminar más despacio, con calma, algo en su rostro y su rutina cambiaba.

Cuando volví a sentir esa curiosidad por la noche que hace años había dejado de lado, comencé a notar cómo los más viejos se sentaban en las bancas del parque a contar esas historias de vidas pasadas con sonrisas pícaras como chiquillos. Esos parques entre luz tenue y sombras, era el escenario ideal para contar aquellas picardías. También, aquellos que salían del trabajo se sentaban en las terrazas a tomar un café para evitar el tumulto de la hora pico en el transporte público y darse una pausa luego de un día acelerado. En ese momento, yo estaba descubriendo que la noche estaba lejos de ser ese lugar aterrador que me dijeron que era.

LA MAGIA DE COMPARTIR LA NOCHE CON EXTRAÑOS

Y así poco a poco, me fui dando la libertad de perderme con más frecuencia en la ciudad, de quedarme hasta un poco más tarde en los parques y de sentarme en esas terrazas a ver cómo la gente disfrutaba de este espacio al que yo solía temerle. En ese momento me sentí a salvo estando lejos de casa, nadie podía juzgarme. En ese lugar las mujeres eran más libres y tan independientes. Yo admiraba esa confianza, esa misma que nunca había sentido en toda mi vida.

En esas noches como espectadora, encontré la magia de ver personajes muy diestros, mientras hacían alarde de su destreza al hacer malabares con fuego. Veía cómo la cara de los espectadores más cercanos se iluminaba con la luz que emitían estos artefactos de fuego, mientras los más alejados desaparecían en las sombras y sólo se hacían presentes cuando se escuchaban sus aplausos de admiración. Así descubrí que la noche también se disfruta con extraños, con historias urbanas compartidas.

No sólo los parques cambiaban, también lo hacía el resto de la ciudad. Los edificios históricos y los más emblemáticos se iluminaban delicadamente y los demás iban desapareciendo en las sombras. Era como si alguien hubiera decidido qué me era permitido ver y qué no. La ciudad era otra, pero no esa tenebrosa que imaginaba. Era sólo otra cara de ella misma, un poco más serena, un poco más pausada. Entre la luz y la sombra, la ciudad lograba resaltar sólo aquello que quería mostrar y ocultaba aquello que sólo le dejaba ver al día.

Luego de esa experiencia, comencé a sentir más confianza de viajar y estar sola en la ciudad. No sé cómo montar bicicleta, o manejar un carro, pero descubrí que puedo caminar las calles de las ciudades a mi propio ritmo y hacer mi propio camino. Así como lo hice, todos deberíamos permitirnos tener la libertad de explorar nuestras ciudades y encontrar nuestro lugar en la noche.

De esta historia como muchas otras, nace Nighttime traveller. Esta es una iniciativa que nos invita a explorar la noche urbana con otros ojos, a alejarnos de los prejuicios que nos llevan a evitar los espacios públicos durante la noche y en definitiva, a cambiar la percepción de inseguridad que nos hace caminar más rápido, estar a la defensiva y dirigir nuestra mirada al suelo mientras caminamos bajo la noche. Nighttime Traveller nos invita a habitar la noche, a transformar los espacios urbanos que recorremos cotidianamente y darles un nuevo significado.

No sé cómo montar bicicleta, o manejar un carro, pero descubrí que puedo caminar las calles de las ciudades a mi propio ritmo y hacer mi propio camino.

Finalmente, con esta primera historia los invito a despertar su curiosidad por los nuevos usos que le podemos dar al espacio público. Espero poder inspirarlos a través de las fotos e historias que les seguiré compartiendo sobre diferentes espacios urbanos durante la noche. Lugares en los que ciudadanas como nosotras experimentan la ciudad a través de ojos de turistas, esa mirada curiosa que olvidamos con la rutina. Y así, traigamos a la vida estos lugares que en la noche evitamos y comencemos a habitar la noche.

 Viajera nocturna

AYÚDANOS A CRECER ESTA COMUNIDAD

Si te gustó esta historia, comparte esta publicación y ayúdanos a agregar más personas a nuestra comunidad. O déjanos un comentario con tus historias nocturnas, temas de los que quieres que hablemos o comparte con nosotros tus pensamientos sobre las ciudades nocturnas.

Comparte tu propio viaje con nosotras #iamanighttimetraveller 

SHARE THIS POST

Share on twitter
Share on linkedin

Leave a Comment